Últimamente veía a mi madre un poco apagada. Realmente es que se estaba apagando, como una bombilla cuando parpadea avisando de lo que está por venir. Su viudedad y su torpeza eran cada vez más evidentes y su mirada andaba perdida… quizá recordando tiempos mejores, porque parece que miras atrás y todo lo que encuentras es mejor. Para ella así lo era.
Sin embargo, el mes pasado fui a visitarla y algo me pareció extraño. Para empezar, no me obligó a comerme todo lo que había en la mesa, ni me hizo ningún reproche por mis visitas cada vez más esporádicas. Lo achaqué a un despiste anímico, pero cuando la vi salir de la habitación con un pañuelo rojo, reconozco que hasta me escandalicé. Tenía un brillo en su mirada diferente. Su mirada miraba, ya no era un vacío de recuerdos.
Dos semanas más tarde fui a visitarla sin avisar, para darle una sorpresa de hija cariñosa. Al final del pasillo, vi a un chico cubano. Ahora lo entiendo todo. Qué guapa está mi madre.
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