Todas las mañanas repetimos el mismo ritual; venga chicos, vamos a desayunar. Cojo la chaqueta y las gafas de sol, bajamos las escaleras y me acerco hacia ti. En ese momento tú me miras sin tapujos, incluso alguna vez tu compañera se ha girado para mirarme ella también. No sé quién eres, sólo sé que me miras. Y entonces yo te miro.
Nos sentamos, tostadas de tomate, café sin cafeína (ya tengo yo bastantes –inas en mi haber) y alguna conversación a cerca del fin de semana o de por qué la vida no nos deja llegar donde queremos; banalidades al fin y al cabo. Tú sigues ahí, espiándome con miradas veloces a la par que descaradas. Idem.
¿Y qué viene después? Yo te lo diré, nada. Una pena pero así será. Nada es lo que siempre pasa.
¿Y qué vendría después? Yo te lo diré, un desayuno. Una pena pero así podría haber sido. Las tostadas de tomate sin cafeína siempre han sido un irresistible desayuno para compartir con alguien.
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